domingo, 28 de agosto de 2022

La Percepción

De La Percepción:


La percepción es un proceso interno. Un objeto es percibido cuando activa nuestras estructuras cerebrales, de ahí que es esa activación central lo que da lugar a nuestra experiencia acerca del
objeto.

 

Las características físicas de los estímulos son menos importantes que la forma como estos activan nuestro sistema nervioso, esto
explica por qué un mismo estímulo puede percibirse en formas muy
diferentes. Algunos ejemplos serán suficientes para explicarlo:
Si un sujeto es sometido a hipnosis, y en ese estado se le sugiere
que la brasa de un cigarrillo encendido va a ser puesta en contacto
con su piel, el sujeto sentirá dolor y percibirá que lo han quemado
a pesar de que el objeto en contacto haya sido un lápiz o un gis.

El gis o el lápiz fueron transformados por el cerebro del sujeto en un cigarrillo encendido y ésto fue el que percibió, independientemente de las características físicas de aquellos.

Si a un sujeto se le presenta una figura ambigua y antes de estimularlo con ella se le advierte que le será mostrado un pájaro, es muy probable que en su cerebro la figura ambigua se transforme
en un pájaro y como tal sea percibida.

De nuevo, lo anterior indica que el proceso perceptual es constructivo e interno y no reconstructivo y externo.

De hecho, no es necesario acudir a procesos de hipnosis o utilizar figuras ambiguas para demostrar lo anterior, cualquier objeto que se nos presente no existe para nosotros sino en tanto que sea capaz de activar nuestro cerebro.

Esta activación cambia, dependiendo del tipo y número de situaciones asociadas con el objeto, por lo que la percepción de un objeto es inseparable de las memorias asociadas con él.
Cuando identificamos algo, es porque ese algo ha activado un almacén de memorias; la actividad cerebral que resulta de las características físicas del objeto siempre se combina con la actividad cerebral asociada con el almacén de memoria que el objeto ha activado.
Si la percepción es el resultado de una activación interna, entonces nada existe realmente en el exterior.
Si vemos un árbol es porque se ha construido en nuestro cerebro, si soñamos con él, es que también se ha formado allí, si lo alucinamos es por lo mismo. Si lo único real es la activación interna, entonces tanto la percepción como el sueño y la alucinación son reales.
La única diferencia entre ellas es que suponemos que el árbol físico puede ser compartido y en cambio el sueño y la alucinación no. Compartir el árbol físico implica suponer que éste da lugar al mismo tipo de activación cerebral en muchos observadores, como si tal activación fuera una reconstrucción lineal del árbol.
La verdad es muy distinta, el árbol puede ser percibido en forma diferente por distintos observadores, dependiendo del tipo de experiencias con que cada uno de ellos lo asocie; por tanto, suponer que se está compartiendo es erróneo. Lo único que se comparte es la suposición de que se comparte.

Lo más trágico es que como resultado de lo anterior, se desarrolla un mecanismo evaluador de realidades. Dicho mecanismo considera real toda vivencia que se pueda compartir con los demás y, así, invalida una serie de experiencias internas, basándose en que no se pueden compartir. Lo paradójico es que este mecanismo no se da cuenta de que la experiencia resultante de la percepción de un objeto físico tampoco se puede compartir.

Lo único que resulta de toda esta farsa es un estado de confusión en que se piensa que lo válido y real es lo que se manifiesta y que esa manifestación da lugar y resulta de una experiencia interna compartible. De allí el énfasis en la manifestación conductual de un proceso, por estimar que es lo único real, y el desprecio hacia los procesos internos por considerarlos irreales e inválidos.
Esta estructura de énfasis y desprecio explica por qué interactuar con una persona implica casi siempre un manejo de apariencias y acuerdos, y rara vez un intercambio de experiencias internas.
Muchas de nuestras costumbres son reflejo directo de lo anterior; seguimos una moda para vestirnos, habitamos casas cuyo tamaño y lujo son desproporcionados, utilizamos expresiones rimbombantes, nos adjudicamos roles y papeles, establecemos acuerdos jurídicos y comerciales, nos interesa tener dinero y poder, buscamos la aprobación de los otros, etc.

Solamente en el momento en que nos demos cuenta de que todo es interno es cuando empezamos a ser.
Cuando esto suceda, tendremos la absoluta certeza de que el compartir una idea, pensamiento o sentimiento no confiere a, los mismos mayor realidad o validez, sino que estos son válidos y reales
por sí mismos. Además, entenderemos que la estructura según la cual una experiencia interna sólo tiene valor y realidad cuando se comparte, resulta de una transferencia postiza de la otra estructura que asienta que un evento físico es real a condición de que muchos observadores estén de acuerdo en ello.